Estanislao Zuleta

Al celebrarse 25 años del fallecimiento del profesor y filósofo Estanislao Zuleta, sea esta la oportunidad de recordarlo y continuar aprendiendo de este gran colombiano, que nos enseñó, que: “ Adan y sobretodo Eva, tienen el mérito original de habernos liberado del paraíso, nuestro pecado es que anhelamos regresar a el”

Los invitamos a leer en consecuencia

Sobre la lectura 

Sobre la lectura
Estanislao Zuleta
(1982)

Voy a hablarles de la lectura. Me referiré a un texto escrito hace unos años.
Espero que lo comentemos en detalle para que logremos acercarnos al problema
de la lectura. Comencemos con un comentario sobre Nietzsche. Nietzsche tiene
muchos textos sobre este tema, pero por ahora les recomiendo sólo dos: el prólogo
a la Genealogía de la moral y el capítulo de la primera parte de Zaratustra que se
llama “Del leer y el escribir”; hay otros muy buenos en el Ecce Homo y en las
Consideraciones intempestivas, particularmente en la que lleva por título,
Schopenhauer educador. En ella se habla de lo que significó Schopenhauer para
Nietzsche en su juventud y en qué sentido fue para él un educador. Además les
recomiendo que se lean Sobre el porvenir de nuestros institutos de enseñanza,
pues en él, Nietzsche, hace una crítica de la Universidad como pocas veces se ha
hecho, incluso hoy. Vamos a leer el texto sobre la lectura; lo comentaremos y
contestaré las objeciones, críticas o insatisfacciones que ustedes me manifiesten.
Acaso ningún escritor haya hecho tan conscientemente como Nietzsche de su
estilo, un arte de provocar la buena lectura, una más abierta invitación a descifrar
y obligación de interpretar, una más brillante capacidad de arrastrar por el ritmo
de la frase y, al mismo tiempo de frenar por el asombro del contenido. Hay que
considerar el humorismo con el que esta escritura descarta como de pasada lo más
firme y antiguamente establecido y se detiene corrosiva e implacable en el detalle
desapercibido: hay que aprender a escuchar la factura musical de este pensamiento,
la manera alusiva y enigmática de anunciar un tema que sólo encontrará
más adelante toda amplitud y la necesidad de sus conexiones. Este estilo es la otra
cara, el reverso de un nítido concepto de la lectura, de un concepto que a medida
que se hace más exigente y más quisquilloso libera la escritura de toda
preocupación efectista, periodística, de toda aspiración al gran público y de esta
manera abre al fin el espacio en que pueden consignarse las palabras del
Zaratustra y elaborarse la extraordinaria serie de obras que lo continúan,
comentan y confirman. Al final del prólogo de la Genealogía de la moral
Nietzsche dice que requiere un lector que se separe por completo de lo que se
comprende ahora por el hombre moderno. El hombre moderno es el hombre que
está de afán, que quiere rápidamente asimilar; “por el contrario, mi obra requiere
de lectores que tengan carácter de vacas, que sean capaces de rumiar, de estar
tranquilos”. Nietzsche dice que “existe la ilusión de haber leído, cuando todavía
no se ha interpretado el texto. Y esa ilusión existe por el estilo mísero en que
escribe.

Pero él va más lejos, el texto que viene más a la mano es el Zaratustra y se
encuentra en el primer discurso del Zaratustra. Dice Nietzsche que va a contar la
manera como el espíritu se convierte en primer lugar en camello, el camello se
convierte en león y éste se convierte finalmente en niño.
Nietzsche dice que primero el espíritu se convierte en camello, es el espíritu que
admira, que tiene grandes ideales, grandes maestros. Por ejemplo, en el caso de
Nietzsche, Schopenhauer, y una inmensa capacidad de trabajo y dedicación; el
camello es el espíritu sufrido, el espíritu que busca una comunidad con cualquier
cosa. –Es un aspecto que se refiere al pensamiento, todo el Zaratustra es una
teoría del pensamiento–. Si no se logra leer así, no se entiende nada; pero el
espíritu no es sólo eso, admiración, dedicación, fervor, y trabajo; el espíritu es
también crítica, oposición y entonces dice que el espíritu se convierte en león;
Como león se hace solitario casi siempre y en el desierto se enfrenta con el dragón
lleno de múltiples escamas y todas esas escamas rezan una misma frase: tú debes.
Entonces el espíritu se opone al deber, es el espíritu rebelde, el que toma el tú
debes como una imposición interna contra la cual se rebela, que mata todas las
formas de imposición y de jerarquía, pero que todavía se mantiene en la negación.
Y dice Nietzsche que el león se convierte finalmente en niño y explica así: el niño
es inocencia y olvido, un nuevo comienzo, y una rueda que gira, una santa
afirmación. Eso ya no es rebelión contra algo; la rebelión contra algo sigue
estando determinada por aquello contra lo cual uno se rebela, de la manera en que
por ejemplo el blasfemo sigue siendo religioso, porque para pegarle una puñalada
a una hostia hay que ser tan religioso como para tragársela; es inocencia y olvido;
olvido en Nietzsche es una fórmula muy fuerte, una potencia positiva. Nuestra
capacidad de olvidar es nuestra superación del resentimiento. Ahora, el
pensamiento funciona con las tres categorías: capacidad de admiración:
idealización, trabajo o labor; la capacidad de oposición: critica, rebelión, y otra: la
capacidad de creación: sin oponernos a nada, de juego, de inocencia, de rueda que
gira. El espíritu es las tres cosas; sólo si esas tres cosas se combinan funciona el
pensamiento filosófico; cuando cualquiera de las tres se enuncia sola es una
determinada frustración, una filosofía sombría, un dogmatismo o una idealización
de cualquier tipo, o una filosofía rebelde que no es más que rebelión, o es también
una filosofía que no tiene ni apoyo en aquello a lo que busca integrarse, ni en
aquello contra lo que lucha sino que se predica sólo como juego y que como juego
sólo es anarquismo vacío.


En un libro más tardío. La voluntad de dominio, Nietzsche retoma estas ideas y
las da como historia de su vida; ese mismo juego de oposiciones contiene una
filosofía que nos impone un trabajo: interpretar; si no, no entendemos nada.
Nietzsche dice comentando algunos artículos sobre su obra: “Creo que la
incomprensión que tienen hacia mí, es en el fondo alejada de la lengua que yo
hablo; todavía no pueden llegar a mis textos ya que cuando uno no oye nada,
puede tener la ilusión de que allí no se dice nada, entonces, hace falta un tiempopara que me oigan. En todo caso los que me elogian están más lejos de mí, incluso
que los que me critican”.
Es al primer discurso del Zaratrusta al que Nietzsche se refiere cuando dice que la
lectura requiere la interpretación en el sentido fuerte. Es precisamente por eso que
su estilo logró imponer la necesidad de interpretar. El Zaratustra es por eso un
libro curioso; casi no existe hoy entre nosotros un libro alemán más famoso que el
Zaratustra. Es difícil encontrar en Colombia un zapatero que no se haya leído el
Zaratustra; se vende en las librerías de segunda al lado de las obras completas de
Vargas Vila y sin embargo probablemente no haya un libro más difícil que el
Zaratustra; es como si se vendiera al lado de Vargas Vila La fenomenología del
espíritu. Tiene pues una situación muy particular, ya que se puede recibir como
poesía, o se puede hacer una lectura religiosa; en realidad es un libro muy
exigente con el lector; hay que cogerlo casi que párrafo por párrafo y someterlo a
una interpretación: eso es lo que exige del lector.
Nietzsche es particularmente explícito sobre este punto al final del prefacio a la
Genealogía de la moral (1887) y al final del prefacio a Aurora: “No escribir de
otra cosa más que de aquello que podría desesperar a los hombres que se
apresuran”. No se trata, sin embargo aquí, como podrían hacer pensar éste y
muchos otros textos del “Afán del hombre moderno” que requiere informarse lo
más rápidamente posible y al que debiérase oponer una lectura lenta, cuidadosa, y
“rumiante”. Al poner el acento sobre la “interpretación” Nietzsche rechaza toda
concepción naturalista o instrumentalista de la lectura: leer no es recibir,
consumir, adquirir, leer es trabajar. Lo que tenemos ante nosotros no es un
mensaje en el que un autor nos informa por medio de palabras –ya que poseemos
con él un código común, el idioma– sus experiencias, sentimientos, pensamientos
o conocimientos sobre el mundo; y nosotros provistos de ese código común
procuramos averiguar lo que ese autor nos quiso decir.
Que leer es trabajar, quiere decir ante todo que no hay un tal código común al que
hayan sido “traducidas” las significaciones que luego vamos a descifrar. El texto
produce su propio código por las relaciones que establece entre sus signos;
genera, por decirlo así, un lenguaje interior en relación de afinidad, contradicción
y diferencia con otros “lenguajes”, el trabajo consiste pues en determinar el valor
que el texto asigna a cada uno de sus términos, valor que puede estar en
contradicción con el que posee el mismo término en otros textos. Para tomar un
ejemplo muy sencillo, en contradicción con el valor que tiene en el texto de la
ideología dominante. Platón en el Teeteto incluye en el concepto de “Esclavos” a
los reyes, los jueces y en general a todos los que no pueden respetar el tiempo
propio que requiere el desarrollo del pensamiento porque están obligados a
decidir o concluir en un plazo determinado y ese plazo prefijado los excluye de la
relación con la verdad, la cual tiene sus propios ciclos, sus caminos y sus rodeos,
sus ritmos y sus tiempos que ninguna instancia y ningún poder pueden determinar
de antemano. Así Nietzsche llama “Voluntad de dominio” a una fuerzaunificadora perfectamente impersonal que confiere una nueva ordenación y una
nueva interpretación a los elementos que estaban hasta entonces determinados por
otra dominación. Esta noción es por lo tanto no sólo ajena a la significación que le
asigna la ideología dominante, sino directamente opuesta, puesto que en ésta se
entiende como deseo de dominar, superar, de oprimir a otros dentro de los valores
y jerarquías existentes y por lo tanto de someterse a esos valores y jerarquías.1(Ver Genealogía de la moral II, 12)
Traemos esto a cuento, sólo para indicar que toda lectura “objetiva”, “neutral” o
“inocente” es en realidad una interpretación: la dislocación de las relaciones
internas de un texto para someterlo a la interpretación de la ideología dominante.
Quiero subrayar aquí un punto: no hay un tal código común. Cuando uno aborda
el texto, cualquier que sea, desde que se trate de una escritura en el sentido propio
del término, es decir, en el sentido de una creación, no de una habladuría, como
dice Heidegger (por que las habladurías también se pueden escribir, eso es lo que
hacen todos los días los periodistas, escribir habladurías) cuando se trata, de una
escritura en el sentido fuerte del término entonces no hay ningún código común
previo, pues el texto produce su propio código, le asigna su valor; ese es un punto
importantísimo en la teoría de la lectura; voy a tratar de acercarme un poco más a
las lecturas de ustedes; como desgraciadamente ustedes tienen una idea del
marxismo según la cual hay que estudiar marxismo y sólo marxismo, entonces
como a Marx; bueno, por lo menos sí es un gran escritor. Cuando nosotros
abrimos El Capital, no tenemos con Marx un código común; por ejemplo: Marx
comienza a hablarnos de la mercancía: “La riqueza de las sociedades donde
impera el régimen capitalista de producción se nos aparece como un inmenso
arsenal de mercancías”… pero precisamente el concepto de mercancía y el
concepto de riqueza que están en la primera frase de El Capital no nos es común.
Nosotros lo entendemos sin necesidad de buscarlo en el diccionario, nadie ignora
qué es una mercancía, nosotros creemos y lo entendemos también por una vía
empírica porque podemos dar ejemplos. ¡Ah! si, la mercancía… lo que está
exhibido en las vitrinas de los almacenes. Pero Marx nos va a mostrar que
nosotros no sabemos qué es la mercancía, ni tampoco qué es riqueza. Marx nos
dice en el primer apartado de la Crítica del programa de Gotha, que dicho
programa comenzaba tan tranquilamente con la tesis de que toda la riqueza
procede del trabajo y Marx dice, no, la riqueza no procede del trabajo, procede
igualmente de la naturaleza; Marx complica inmediatamente la cosa mercancía;
son las relaciones sociales de producción las que llevan en sí el poder sobre el
trabajo.
La riqueza se presenta (se presenta pero no es) como una gran acumulación de
mercancías, incluso, “se presenta”, en una formulación permanente de Marx.
Luego dice Marx: la manera como las cosas se presentan no es la manera como
son; y si las cosas fueran como se presentan la ciencia entera sobraría. Por lo
tanto, el texto produce su código, no tenemos un código común, tenemos queextraer el código del texto mismo de Marx, Código quiere decir un término al que
el receptor y el emisor asignan un mismo sentido. Sin un término al que se le
asigne un mismo sentido no hay mensaje y por eso, por ejemplo, un hablante de
una lengua como el chino u otra lengua desconocida, no constituye para nosotros
un mensaje porque no tenemos código común. El problema de la lectura es que
nunca hay un código común cuando se trata de una buena escritura.
Tenemos que descifrar el código de la manera como esa escritura lo revele. La
literatura como la filosofía imponen un código que hay que definir y el texto lo
define; cada término se define por las relaciones necesarias que tiene con los otros
términos.
Si nosotros no llegamos a definir qué significa para Kafka el alimento, entonces
nunca podremos entender La metamorfosis, “Las investigaciones de un perro”,
“El artista del hambre”, nunca los podremos leer; cuando nosotros vemos que
alimento significa para Kafka motivos para vivir y que la falta de apetito significa
falta de motivos para vivir y para luchar, entonces se nos va esclareciendo la cosa.
Pero, al comienzo no tenemos un código común, ese es el problema de toda
lectura seria, y ahora, ustedes pueden coger cualquier texto que sea verdaderamente
una escritura, si no le logran dar una determinada asignación a cada una de
las manifestaciones del autor, sino que le dan la que rige en la ideología
dominante, no cogen nada. Por ejemplo, no cogen nada del Quijote si entienden
por locura una oposición a la razón, no cogen ni una palabra, porque precisamente
la maniobra de Cervantes es poner en boca de Don Quijote los pensamientos más
razonables, su mensaje más íntimo y fundamental, su mensaje histórico, y no es
por equivocación que a veces delira y a veces dice los pensamientos más cuerdos.
Ustedes encuentran en el Quijote los textos más alarmantemente locos; en boca de
Don Quijote también encuentran la parodia más maligna y los textos más
razonables:
“Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos…”. Ahí está Don
Quijote hablando de la locura. En cierto sentido es la locura en el sentido de la
inadaptación, es la sabiduría en el sentido de la inadaptación. El Quijote es el
hombre tardío, el hombre que ha fracasado en todo durante la vida, que no ha sido
más que un fracaso y que no resigna a la vida cotidiana y prefiere salir y salir
quiere decir muchas cosas: nacer, enloquecerse, desadaptarse, aventurarse,
entonces Cervantes construye todo el comienzo del Quijote, con la imagen del
hombre cotidiano, por parejas de oposición, una cosa verdaderamente
extraordinaria, una estructura musical, todo está en parejas de oposición: “Y tenía
en su casa un ama que no pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a
los veinte, y se pasaba las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio
leyendo libros de caballería” –todo cae en oposiciones– “hasta que cayó en la más
extravagante idea que hubiese dado loco alguno y fue que parecióle convenible y
necesario, así como para el aumento de su honra como para el servicio de su
república hacerse caballero andante” y culmina ahí, eso es música. Pero el Quijotees eso, un hombre que se iba a morir allí, en una haciendita, con un caballito, con
un perrito, con una sobrina y una ama; ya tiene 50 años y no ha pasado nada, y
Cervantes tiene 50 años y está en la cárcel y no ha pasado nada, y ha fracasado en
todo y de pronto sale y ese salir es un nacimiento y sale Cervantes y sale Don
Quijote, esa maravilla, el hombre con 50 años de fracasos se niega a que su vida
termine en una muerte solitaria, en una vida cotidiana apagada y prefiere la locura
a la cotidianidad, pero eso no lo dice Cervantes, eso lo tenemos que construir los
lectores al ir construyendo el código.
La más notable obra de nuestra literatura –porque en toda nuestra literatura no hay
nada comparable– en el bachillerato nos la prohíben, es decir, nos la recomiendan;
es lo mismo que prohibir, porque recomendar a uno como un deber lo que es una
carcajada contra la adaptación, es lo mismo que prohibírselo. Después de eso uno
no se atreve ni a leerlo, le cuentan que el gerundio está muy bien usado, le hablan
de sintaxis, de gramática, del arte de los que saben cómo se debería escribir pero
que escriben muy mal: una cosa que a Cervantes no le interesaba, pues lo que
hacía era escribir soberanamente, con las más ocultas fibras de su ser. Cuando
nosotros llegamos a abrir los ojos ante el Quijote, con asombro, nos damos cuenta
que tanto Sancho como el Quijote pueden estar de acuerdo porque ambos son
irrealistas, el uno construye una realidad, el otro se atiene a la inmediatez, lo real
pasa por encima de uno y por debajo del otro y en conjunto los dos son una crítica
de la realidad, a nombre de la inmediatez del deseo y a nombre de la
trascendencia del anhelo. La realidad es la que queda muerta, no ellos.
Y sin embargo, Cervantes no nos puede dar eso inmediatamente; el más grande de
nuestros autores, un hombre de la altura de Shakespeare, nos da un texto que si
nosotros no somos capaces de descifrar, de interpretar, no lo entendemos. No
somos capaces ni siquiera de leerlo, o lo leemos por “fuerza de voluntad”, que es
peor; pero de lo que se trata es de coger el entusiasmo, coger el ritmo, coger el
estilo de Cervantes, o mejor dicho los estilos de Cervantes. Cervantes sabe
hacerlo todo, el estilo metonímico de Sancho, apoyado en refranes para darse aire
de que no es él el que lo dice y poner la ponzoña por debajo; el estilo lírico de
Don Quijote: “Ya no hay hombre que saliendo de este valle entre en aquella
montaña y de allá pise una desierta y desolada playa de mar”; esa combinación de
estilos que nos da el Quijote se nos escapa porque no sabemos leerlo; ese es el
problema que yo les planteo, pues el problema no es que tengamos nada que leer
porque traduzcan mal, sino que no sabemos leer nosotros. Claro, ya en el
bachillerato nos prohíben El Quijote, ¿por qué nos lo prohíben?; desde la
primaria, antes del bachillerato, se introduce una serie de oposiciones en las que
ingresamos desde el primer año: el tiempo de clase donde se aprende, aburridor, y
el recreo donde se disfruta sin aprender. El Quijote no cabe en esos dos tiempos,
porque el Quijote es una fiesta y al mismo tiempo el más alto conocimiento.
Si nosotros tomamos El Capital como un deber, si no somos capaces de tomarlo
como una fiesta del conocimiento, tampoco lo podemos conocer; en ese sentidotambién nos está prohibido el Zaratustra, que es un verdadero libro, la filosofía
más rigurosa, más completa de la Alemania del siglo XIX, dicha en forma de
verdadera fiesta. Nietzsche quiere romper el saber del lado del deber, y del lado
de la diversión, el olvido de sí, el embrutecimiento. Nietzsche quiere romper eso,
entonces hace la filosofía más rigurosa que se pueda hacer, en tono de fiesta, eso
es el Zaratustra –es el sentido fundamental del Zaratustra.
Pero si queremos saber qué significa interpretar, partamos de una base: interpretar
es producir el código que el texto impone y no creer que tenemos de antemano
con el texto un código común, ni buscarlo en un maestro. ¡Ah! es que todavía no
tengo elementos, dicen los estudiantes; el estudiante se puede caracterizar como la
personificación de una demanda pasiva. “Explíqueme”, “deme elementos”,
“¿cuáles son los prerrequisitos para esta materia?”, “¿cómo estamos en la
escalera?”, “¿cuántos años hay que hacer para empezar a leer El Quijote? No hay
que hacer ningún curso.
Hay que aprender a pensar. Lo que se les olvida de El Capital, a todos los
marxistas es el prólogo. Esta obra no requiere conocimientos previos, sólo la
capacidad de saber pensar por sí mismos. No podemos leer a Marx con la disculpa
de que “realmente me faltan elementos, sería mejor haber conocido a Hegel,
entonces vamos con Hegel pero Hegel está discutiendo a Kant, entonces me faltan
elementos y vamos con Kant, pero Kant está discutiendo a Hume, entonces me
faltan elementos y vamos con Hume, pero Hume está discutiendo a Descartes y
vamos…” y entonces comience con Tales de Mileto y cuando tenga 80 años
llegará a Sócrates, si le va bien. Lo que le falta no son elementos, lo que le falta es
interpretación, posición activa, discusión con el texto. Pero el estudiante tiene una
posición pasiva, deme elementos, métodos, es decir cabestro, pero ¿cuál es el
método? El método es pensar, es interpretar, criticar. Se puede empezar un
estudio de filosofía perfectamente con El Ser y el Tiempo de Heidegger, los prerequisitos
están en el texto mismo. Pero la educación es un sistema de prohibición
del pensamiento”, transmisión del conocimiento como un deber, el conocimiento
como algo dado, petrificado. ¿Qué le falta para leer el Quijote? Le falta aprender a
leer. ¡Qué elementos ni qué apoyos, ni qué críticos, ni qué muletas, ni qué
cabestro! Le falta aprender a leer, eso es lo que pasa y por eso no siente la
maravilla del tono, del estilo, no siente la música secreta, la finura de la parodia,
la terrible ponzoña de Cervantes. Don Quijote cree en los libros de caballería, es
una locura, ¿por qué una locura? Porque no son una ideología dominante y por
eso los pone Cervantes; en cambio si fueran una ideología dominante no serían
una locura. Por ejemplo, el cura le dice a Don Quijote: “Y vos alma de cántaro.
Don Quijote o Don Tonto, o como os llaméis, quién ha venido a contaros que hay
gigantes, malandrines y encantadores, ni los hubo nunca en el mundo y por qué no
vais a preocuparte por tu. Y mujer y tus hijos en vez de ir disparatando por el
mundo?”. Y Don Quijote le dice: “¡Ah! pero la biblia que no puede faltar en nada
a la verdad, nos enseña que los hubo, contándonos la historia de aquel gigantazo
de Goliat”. En otras palabras don Quijote le dice al cura que el problema consisteen que mientras él –Don Quijote– cree en los libros de caballería, el cura cree en
la Biblia. El cura cree que lo de Don Quijote es loco porque lo siguen pocos y lo
suyo es cuerdo porque lo siguen muchos.
Esa finura y esa ponzoña de Cervantes, su agudeza de pensamiento, su critica
fundamental de la ideología, eso no se coge de buenas a primeras si no se
interpreta el texto; sólo así se comprende que es una verdadera fiesta del
pensamiento y del lenguaje, que párrafo por párrafo es una música que se derrama
una y otra vez. Sin embargo, a nosotros nos la prohíben. Todos nos dicen que es
una vergüenza que no lo hayamos leído, entonces nos callamos, pero con
vergüenza, claro, porque eso sí lo aprendemos, la capacidad de avergonzarnos, o
lo leemos por fuerza de voluntad, pero de todas maneras nos está prohibido.
Estamos instalados en un lenguaje complejo y hay que aprender a leer; la primera
fórmula es ésta: el código que producimos como lectores. Hay algunos autores
que nos desafían desde la primera frase: Kafka, Musil, nos desafían a que
produzcamos su código, que no es común.
Cuando uno abre La Metamorfosis y lee: “Al despertar Gregorio Samsa una
mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un
monstruoso insecto. Hallábase echado sobre el duro caparazón de su espalda, y, al
alzar un poco la cabeza, vio la figura convexa de su vientre obscuro, surcado por
curvadas callosidades, cuya prominencia apenas si podía aguantar la colcha que
estaba visiblemente a punto de escurrirse hasta el suelo. Innumerables patas,
lamentablemente escuálidas en comparación con el grosor ordinario de sus
piernas, ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia”. Ahí
hay que interpretar o cerrar el libro, ahí sí no se llama nadie a engaño. Hay que
tener en cuenta esto: “No hay obras fáciles”. Es una frase de Valery: no hay
autores fáciles, lo que hay son lectores fáciles, Hay autores que son más francos,
como Kafka, que de una vez le muestra a uno que si no interpreta lo mejor es
devolverse. Hay , otros que son camuflados como Dostoyevski; uno puede leer
Crimen y castigo sin darse cuenta de que no ha entendido nada, sino que un señor
mató a dos viejas y finalmente lo metieron a la cárcel; y en las páginas rojas de
los periódicos aparecen cosas de esas todos los días, eso no quiere decir nada, eso
no tiene que ver nada con Crimen y castigo.
No hay textos fáciles; no busquen facilidad por ninguna parte, no busquen la
escalera, primero Marta Harneker, después Althusser; eso es lo peor; no hay
autores fáciles, lo que hay son lectores fáciles, que leen con facilidad porque no
saben que no están entendiendo, por eso les parece más sencillo Descartes que
Hegel. Toda lectura es ardua y es un trabajo de interpretación: fundación de un
código a partir del texto, no de la ideología dominante preasignada a los términos.
Pregunta: ¿Pero yo me imagino que eso no se va a descubrir en un párrafo sino en
el desarrollo mismo del texto?

Respuesta: Sí, en el desarrollo mismo del texto, pero hay que preguntárselo y no
poner esta disyuntiva básicamente estudiantil: entiendo o no entiendo. Esa
disyuntiva estudiantil quiere decir, “¿con esto podría presentar examen o no
podría?”. Hay que dejarse afectar, perturbar, trastornar por un texto del que uno
todavía no puede dar cuenta, pero que ya lo conmueve. Hay que ser capaz de
habitar largamente en él, antes de poder hablar de él; como hacemos con todo, con
la Novena sinfonía, con la obra de Cezanne, ser capaz de habitar mucho tiempo en
ella, aunque todavía no seamos capaces de decir algo o sacarle al profesor –
porque siempre hay para los estudiantes un profesor, ese es el problema– la
pregunta, “¿y esto qué quiere decir?”. Ese profesor puede ser uno mismo, puede
ser imaginario o real, pero siempre hay una demanda de cuentas a alguien, en vez
de pedirle cuentas al texto, de debatirse con el texto, de establecer un código.
Pero no vaya a creerse que el trabajo a que aquí nos referimos consiste en
restablecer el pensamiento auténtico del autor, lo que en realidad quiso decir. El
así llamado autor no es ningún propietario del sentido de su Textos.
Si cogemos el ejemplo del Quijote, el verdadero problema no es el preguntarse
qué quería decir Cervantes; el problema es qué dice el texto y el texto siempre
dice las cosas que se escapan al autor, a la intención del autor. El autor no es una
última instancia. Lo que Cervantes quiso decir no es la clave del Quijote. No hay
ningún propietario del sentido llamado autor; la dificultad de escribir, la gravedad
de escribir, es que escribir es un desalojo. Por eso, es más fácil hablar; cuando uno
habla tiende a prever el efecto que sus palabras producen en el otro, a justificarlo,
a insinuar por medio de gestos, a esperar una corroboración, aunque no sea más
que un Shhh, una seña de que le está cogiendo el sentido que uno quiere; cuando
uno escribe, en cambio, no hay señal alguna, porque el sujeto no lo determina ya y
eso hace que la escritura sea un desalojo del sujeto. La escritura no tiene receptor
controlable, porque su receptor, el lector, es virtual, aunque se trate de una carta,
porque se puede leer una carta de buen genio, de mal genio, dentro de dos años,
en otra situación, en otra relación; la palabra en acto es un intento de controlar al
que oye; la escritura ya no se puede permitir eso, tiene que producir sus
referencias y no la controla nadie; no es propiedad de nadie el sentido de lo
escrito. “Este sentido es un efecto incontrolable de la economía interna del texto y
de sus relaciones con otros textos; el autor puede ignorarlo por completo, puede
verse asombrado por él y de hecho se le escapa siempre en algún grado: Escritura
es aventura, el “sentido” es múltiple, irreductible a un querer decir, irrecuperable,
inapropiable. “Lo anterior es suficiente para disipar la ilusión humanista,
pedagógica, opresoramente generosa de una escritura que regale a un “Lector
Ocioso” (Nietzsche) un saber que no posee y que va a adquirir”.
Estas observaciones pueden servir de introducción a un tema central en la teoría
de la lectura, tema en el que dejaremos, otra vez para comenzar, la palabra a
Nietzsche, estudiando dos proposiciones aparentemente contradictorias y
formuladas con todo el radicalismo deseable en Ecce Homo:

a. “En última instancia nadie puede escuchar en las cosas, incluidos los libros,
más de lo que ya sabe. Se carece de oídos para escuchar aquello a que no se tiene
acceso desde la vivencia. Imaginémonos el caso extremo de un libro que no hable
más que de vivencias que, en su totalidad, se encuentran más allá de la posibilidad
de una experiencia frecuente o, también, poco frecuente, de que sea el primer
lenguaje para expresar una serie nueva de experiencias. En este caso
sencillamente, no se oye nada, lo cual produce la ilusión acústica de creer que
donde no se oye nada, no hay tampoco nada”.
b. “Cuando me represento la imagen de un lector perfecto siempre resulta un
monstruo de valor y curiosidad, y además, una cosa dúctil, astuta, cauta, un
aventurero y un descubridor nato. Por fin: mejor que lo he dicho en Zaratustra no
sabría yo decir para quién únicamente hablo en el fondo; ¿a quién únicamente
quiere él contar su enigma?”.
“A vosotros los audaces, buscadores, y a quien quisiera que alguna vez se haya
lanzado con astutas velas a mares terribles. A vosotros los ebrios de enigmas que
gozáis con la luz del crepúsculo, cuyas almas son atraídas con flautas a todos los
abismos laberínticos; allí donde podéis adivinar, odiáis el deducir…”.
¿Cómo mantener asidos los dos extremos de esta cadena en la que se nos propone
que no se lee sino lo que ya se sabe y que para leer es preciso ser un aventurero y
un descubridor nato?
La primera cita parece amargamente pesimista, la segunda es terriblemente
exigente; considerémoslas de cerca. En el primer caso Nietzsche especifica el ‘ya
se sabe’ como aquello a lo cual se tiene acceso desde la vivencia. Declara muda,
inaudible, invisible, toda palabra en la que no podemos leer algo que ya sabíamos;
ilegible todo lenguaje que no sea el lenguaje de nuestro problema, si nuestros
conflictos y nuestras perspectivas no han llegado a configurarse como una
pregunta y una sospecha de la que ese lenguaje es expresión, desarrollo y
respuesta, nada podemos oír en él. Recordemos aquí la extraordinaria tensión que
se produce al final de la segunda parte del Zaratustra, en el capítulo titulado “La
más silenciosa de todas las horas”, principalmente en el pasaje en que Zaratustra
está lleno de terror. “Entonces algo volvió a hablarme sin voz: lo sabes,
Zaratustra, pero no lo dices”.2 (p. 213)
Y en efecto Nietzsche despliega en estas páginas de transición entre la segunda y
la tercera parte, todas las sutilezas de su arte para indicar que la mayor dificultad
consiste en decir lo que ya se sabe, en reconocer lo que secretamente se conoce;
que es un abismo aterrador porque se conoce, porque si no se conociera sería una
palabra vacía; pero si se reconoce nos hace pedazos. Aquí encontramos el vínculo
entre lo “Que ya se sabe”, y la exigencia de valor, de audacia y de arriesgarse a

provecho Ana Karenina; el que no está en eso, no la lea; no la lea, puede que la
termine, pero lo que se llama leer, pensar a Tolstoi, no. Ahora, si nosotros
queremos evitar todos los problemas y en abstracto aprender, nos volvemos unos
estudiantes, porque los estudiantes, como se sabe, “leen”.
Así pues, eso era lo que quería decir la fórmula, que hay que leer desde alguna
parte, así como hay que mirar desde alguna parte. “Por lo demás no cabe duda de
que esta batalla no se libra principalmente en el escenario de la conciencia. Basta
leer El hombre de los lobos o La organización genital infantil de Freud, para
saber que ya los cuentos de hadas y las explicaciones sobre el nacimiento y la
diferencia de los sexos son leídos, es decir, interpretados, criticados, capturados y
desechados a partir del drama que Freud no vacila en calificar de Investigación
Originaria”.
Recomiendo a todo el que quiera tener una teoría del conocimiento más o menos
fundada, la lectura de La organización genital infantil; probablemente no
poseemos hoy una teoría del conocimiento que pueda ser considerada superior a
esa; especialmente el capítulo que se llama Teorías sexuales infantiles. Ahí Freud
nos dice que el niño es un investigador, esa es su esencia; pero describiéndonos al
niño como investigador, nos da las condiciones de todo investigador niño o no y
de toda investigación.
Pero, inconscientemente o no, la lectura es siempre el sometimiento de un texto
que por sus condiciones de producción y por sus efectos escapa a la propiedad de
cualquier “autor”; es una elaboración, parte de un proceso, que en ningún caso
puede ser pensado como consumo; puede ser lenguaje en que se reconoce una
indagación o puede ser neutralizado por una traducción a la ideología dominante,
pero no puede ser la apropiación de un saber. Y ese es el punto al que hay que
llegar para romper la concepción y la práctica de la lectura en la ideología
burguesa.
También aquí el capital tiene su propia concepción que corresponde natural y
humildemente al sentido común, el más peligroso de los sentidos.
a. Ante todo la lectura no puede ser sino una de las dos cosas en las que el capital
divide el ámbito de las actividades humanas: producción o consumo. Cuando es
consumo, gasto, diversión, “recreación”, se presenta como el disfrute de un valor
de uso y el ejercicio de un “derecho” (la burguesía esgrime como su consigna más
querida el derecho, los derechos, la igualdad de derechos; con lo cual oculta
siempre, como demostró una y otra vez Marx, el problema mucho más
interesante, de las posibilidades reales y de los procesos objetivos que determinan
las posibilidades y las imposibilidades).
a. Como producción, la lectura es: trabajo, deber, empleo útil del tiempo.
Actividad por medio de la cual uno se vuelve propietario de un saber, de unacantidad de conocimientos, o en términos más modernos y más descarnados, de
una cantidad de información, y, en términos algo pasados de moda, “adquiere una
cultura”. Este es el período del ahorro, de la capitalización; aquí es necesario abrir
la caja de ahorros, la “memoria”, y sus sucursales: archivadores, notas y ficheros.
b. En el primer momento se trata, como demostró Marx, de todo “consumo final”,
de la reproducción de las clases, aquí de la reproducción ideológica, de la
inculcación de los “valores”, las opiniones y las cegueras, que necesita para
funcionar”.
En la segunda forma de lectura se procede por una división del trabajo mucho más
precisa, puesto que la lectura, ahorro-deber, no es ya el consumo final sino la
formación de los funcionarios de la repetición, de la reproducción ideológica, aun
cuando se trate de una reproducción ampliada y su capital fructifique; es decir, no
sólo transmiten los conocimientos adquiridos sino que los desarrollan; producen
dentro de la misma rama, o tecnológicamente hablando `crean’. Pero sea que se
trate como ahorro o como gasto, la lectura queda siempre como recepción.
Ahora bien, si la lectura no es recepción, es necesariamente interpretación.
Volvemos pues a la interpretación. Psicoanalítica, lingüística, marxista, la
interpretación no es la simple aplicación de un saber, de un conjunto de
conocimientos a un texto de tal manera que permita encontrar detrás de su
conexión aparente, la ley interna de su producción. Ante todo porque ningún saber
así es una posesión de un sujeto neutral, sino la sistematización progresiva de una
lucha contra una fuerza específica de dominación; contra la explotación de clase y
sus efectos sobre la conciencia, contra la opresión, contra las ilusiones teológicas,
teleológicas subjetivistas, sedimentadas en la gramática y en la conciencia
ingenua del lenguaje.
El texto citado en realidad es una alusión a Nietzsche.
Nietzsche dice: No nos liberamos de Dios mientras mantengamos nuestra fe
ingenua en el lenguaje, porque el lenguaje, la gramática impone un sujeto y
distingue al sujeto de las actividades que realiza; esto es teológico; la estructura
del lenguaje nos impone un sujeto allí donde el sentido de la frase lo destruye, por
ejemplo, en la frase: el viento sopla. ¿Quién sopla? El viento. Qué sopla ni qué
sopla, el viento es aire en movimiento, ahí no hay nadie que sople; pero la
estructura del lenguaje nos impone siempre la denominación de la cosa como un
sujeto que actúa y un objeto que padece. El sujeto impone. Eso lo había visto muy
bien Nietzsche; en Más allá del bien y del mal lo plantea. El lenguaje nos impone
una estructura teológica, por todas partes está inventando un sujeto de la acción y
algo que padece la acción; por eso dice Nietzsche que no nos liberaremos de Dios
mientras permanezcamos presos de la gramática.
Pregunta: ¿Dios entonces es la contaminación ideológica del lenguaje, la
imposición subrepticia?
Respuesta: Sí, por eso cuando pronunciamos una palabra tenemos que vivir alerta
de su contaminación ideológica. Las palabras no son indicadores neutrales de un
referente, sino calificativos aunque uno no lo quiera; en una determinada
formación social, si uno dice mujer, con eso quiere ya decirlo todo: un ser que es
mitad florero y mitad sirvienta, pero en otra formación social podría querer decir
otra cosa, por ejemplo, compañera; pero siempre la palabra tiene una adherencia,
la palabra es siempre más calificativa de lo que uno cree.
Nadie ha llegado a saber marxismo si no lo ha llegado a leer en una lucha contra
la explotación, ni psicoanálisis si no lo ha leído (sufrido) desde un debate con sus
problemas inconscientes; y el desarrollo de la lingüística y su meditación actual,
por Derrida, muestra que nadie llegará a ser lingüista, sin una lucha con la
teología implícita en nuestro lenguaje y en las formas clásicas de pensarlo.
Unos psicoanalistas hablan del problema del tiempo propio del lenguaje: me
refiero principalmente a Lacan y naturalmente a algunos de sus discípulos. El
problema se puede describir así: cualquier formulación en el lenguaje, espera su
sentido de lo que la complementa; lo que quiere decir que cualquier recepción del
lenguaje es necesariamente una interpretación retrospectiva de cada uno de sus
términos a la luz del conjunto de la frase o del texto.
Es decir, que no es una suma de informes progresivos, sino una reinterpretación
por el conjunto de los momentos del discurso. Hay pues una espera para la
interpretación retrospectiva, que es el arte de escuchar, o si ustedes quieren,
también el arte de leer pero ya en el lenguaje como tal, ya en el escuchar más
simple, hay una espera, es un ejercicio interesante el de darse cuenta de que las
palabras más corrientes son terriblemente indefinibles; si a uno le dicen qué
quiere decir una palabra uno se pone a pensar seriamente en eso, se da
rápidamente cuenta de que su significado depende de los contextos en que esté
dicha, es decir, que si a nosotros nos preguntan por ejemplo qué quiere decir un
verbo bien corriente, el verbo hacer: ¿qué es hacer? hacer es casi todo, se puede
dejar por hacer y también deshacer un tejido. ¡No hagas eso!, se le dice al niño.
¿Y qué está haciendo él? Está deshaciendo algo, entonces hacer es deshacer.
En una palabra, el término más corriente deriva su sentido del contexto.
El que crea encontrar el sentido de una fórmula de El Capital allí donde está y no
tenga la idea del viaje de regreso, no lo encuentra. Por ejemplo, una fórmula como
ésta: Se va a conocer el capital por medio del estudio de la mercancía, porque en
las sociedades donde domina el modo de producción capitalista, la riqueza se
presenta como una gran acumulación de mercancías. ¿Qué quiere decir “se
presenta”? Sólo avanzando en la lectura, llegamos a descubrir que esa tendencia apresentarse es esencial a la cosa, pero en la frase misma no sabemos qué es lo que
quiere decir, pues Marx después demuestra que riqueza no es lo mismo que valor,
que valor no es lo mismo que valor de uso, que todos los recursos naturales
también son riquezas aunque no sean valores, porque no son producto del trabajo,
y luego nos ilustra más y nos dice que tienden a devenir mercancías precisamente
por estar bajo un régimen de producción de mercancías, así pues sólo poco a poco
la frase nos resulta inteligible retrospectivamente, pero inicialmente no da la razón
de sí.
Ante la lectura, si se hace una lectura seria, se tiene que asumir una posición
similar a la forma de escuchar que propuso Freud.
Es necesario aprender una disciplina difícil; esa disciplina la puedo determinar
así: la suspensión del juicio. El lector de El Capital tiene que tomar ese libro –o
cualquier otro libro serio– como una pregunta. Si lo enfrenta como una respuesta
anula toda posibilidad de lectura seria, es decir, transformadora. Con ese
“método” se pueden dogmatizar hasta los libros más revolucionarios.
Uno de los problemas de la lectura es la lectura posesiva, cosa que a los
estudiantes les cae supremamente bien, porque les enseña el modelo de la
escalerita. La escalerita quiere decir: ir de escalón en escalón, de lo simple a lo
complejo, y lo simple es el profesor. ¿Cuál simple? ¿Dónde hay algo simple?
¡Ah! pero la pedagogía dice: primero los elementos esenciales y después
veremos…”.
Ese es el modelo desgraciadísimo y que nos produce el efecto de una lectura
obsesiva. El obsesivo quiere orden; cada cosa en su lugar dice el ama de casa
obsesiva, la neurosis colectiva del ama de casa lo manda así: el aseo. el orden, los
pañales, cada cosa en su lugar y un lugar para cada cosa. Y así quiere uno leer
también: primero tengamos esto claro para poder seguir, porque cómo vamos a
seguir si no tenemos eso claro. Esto es falso, pues precisamente los problemas se
esclarecen después; es necesario seguir, plantear los problemas, volver, en
síntesis, trabajar. ¡Qué cuentos de detenernos!
¡No! La lectura es riesgo. La exigencia de rigor muchas veces puede ser una
racionalización, el temor al riesgo hace que la lectura sea prácticamente imposible
y genera una lectura hostil a la escritura cuando lo que debe predicarse es
exactamente lo contrario; que sólo se puede leer desde una escritura y que sólo el
que escribe realmente lee. Porque no puede encontrar nada el que no está
buscando y si por azar se lo encuentra, ¿cómo podría reconocerlo si no está
buscando nada, y el que está buscando es el que está en el terreno de una batalla
entre lo consciente y lo inconsciente, lo reprimido y lo informulable, lo
racionalizado o idealizado y lo que efectivamente es válido? Si no está buscando
nada, nada puede encontrar. Establecer el territorio de una búsqueda es
precisamente escribir, en el sentido fuerte, no en el sentido de transcribirhabladurías. Pero escribir en el sentido fuerte es tener siempre un problema, una
incógnita abierta, que guía el pensamiento, guía la lectura; desde una escritura se
puede leer, a no ser que uno tenga la tristeza de leer para presentar un examen,
entonces le ha pasado lo peor que le puede pasar a uno en el mundo, ser
estudiante y leer para presentar un examen y como no lo incorpora a su ser, lo
olvida. Esa es la única ventaja que tienen los estudiantes: que olvidan, afortunadamente;
qué tal que no tuvieran esa potencia vivificadora y limpiadora, qué tal
que nos acordáramos de todo lo que nos enseñaron en el bachillerato.
Medellín, junio 8 de 1982.

Otras lecturas El elogio de la dificultad